Si por algo está marcado el mes de marzo es por el 8M y el resurgir del feminismo. Más allá de las manifestaciones protagonizadas por pancartas con la palabra “patriarcado” que no a todos gustan, marzo es un mes donde los colegios, las asociaciones, las televisiones y la cultura se esfuerzan por mostrar el papel fundamental que ha tenido la mujer en distintos ámbitos a lo largo de la historia.
La lucha continúa porque más allá de este gran trabajo, a veces, esas empresas que se llenan de medallas, realizan campañas, cursos de formación y concursos al mérito feminista, son las mismas que vulneran nuestros derechos fundamentales al despedirnos cuando queremos ser madres. Este atroz mecanismo puede ser ejecutado por hombres pero también por mujeres, un hecho que me parece aún más imperdonable y ante el que tan solo me consuela pensar que sean verdad las palabras de Madeleine Albright, la primera mujer secretaria de Estado de Estados Unidos, que dijo: “hay un lugar especial en el infierno para las mujeres que no apoyan a otras mujeres”. Pues eso. Pero como no quiero entretenerme con las villanas de cuento, aprovecharé la oportunidad que me brindan estas líneas para destacar el gran proyecto que ha llevado a cabo el ‘Conservatorio de Música Maestro Gómez Villa de Cieza’ para darle la bienvenida al mes de marzo.
Nuestra querida ‘Escuela de Música’ -como me gusta llamarla- ha proyectado la ‘Semana de la Mujer’, una trabajada iniciativa dedicada a mostrarnos a las grandes compositoras de la historia. Una de las actividades, realizada en el Auditorio ‘Carmelo Gómez Templado’, era una conferencia de la pianista María Pedreño, quien nos recordó que en la música -como en otros menesteres- han trascendido menos nombres de mujeres porque nosotras, en todas las épocas, hemos vivido bajo la presión de que nuestra única función era casarnos y tener hijos, dejando de lado nuestro talento. De otras compositoras imaginamos que nos habrán llegado obras, pero de forma anónima. Era Virginia Woolf la que decía aquello de: “Me atrevería a aventurar que Anónimo, qué tantas obras ha escrito sin firmar, era a menudo una mujer”.
El feminismo de nuestra era rescata nombres que tendrían que haber sonado a la par de Beethoven, Mozart o Bach y, sin embargo, han estado en un segundo plano. Así encontramos a Hélène de Montgeroult, una pianista nacida en Lyon, en 1764, que se convirtió en la primera mujer en dar clases en el Conservatorio de París. En la Revolución Francesa fue condenada a la guillotina, por su condición nobiliaria, pero su gran interpretación del ‘Himno de la Marsellesa’ la salvó de la pena de muerte.
Por todos es conocido Wolfgang Amadeus Mozart, el niño prodigio que se convirtió en el “gran genio de la música”. Pero más desapercibida nos ha pasado su hermana mayor, Maria Anna Walburga Ignatia Mozart, a la que llamaban Nannerl. Una niña prodigio, como él, pero que tuvo que abandonar su carrera musical porque su padre no la veía adecuada para una mujer. Hay quien cree que las primeras composiciones de Amadeus eran en verdad de ella. Tenemos una película francesa titulada ‘Nannerl, la hermana de Mozart’ (2010) que cuenta la historia.
Entre otros nombres encontramos a Lili Boulanger (1893-1918), la primera mujer en ganar el prestigioso Premio de Roma. O Clara Schumann (1819-1896), pianista alemana que a los nueve años ya estaba debutando en la Gewandhaus, la sala de conciertos más importante de Leipzig.
Y como no es de recibo extenderme mucho más, les animo a buscar y leer sobre mujeres que hicieron, o hacen, mejor nuestro mundo. Pero no me despediré sin antes recordar, como nos apuntó la profesora de piano del Conservatorio de Caravaca, María Pedreño, que nunca en toda la historia del Concierto de Año Nuevo de la Orquesta Filarmónica de Viena -del que llevamos disfrutando desde 1939- ha estado dirigido por una mujer. Aunque este 2025, por primera vez, se ha tocado una pieza compuesta por una: el ‘Vals de Fernando’, de Constanze Geiger.
La importancia del feminismo.