Sin apenas tregua, el paso de los días ha vuelto a arrasarnos. No ha habido momento en el que no hayamos sido conscientes de que la vida vuela, se escapa de nuestras manos y, por mucho que queramos, nada vuelve a ser como antes. Ha pasado todo un año, un año de penas, sinsabores, rupturas de corazón, dolores, enfermedades y desilusiones, pero también de alegrías. La vida ha seguido su discurrir habitual y, cuando el invierno todavía está presente en el cielo y en nuestros ánimos, el Medinaceli nos ha vuelto a señalar que, ahora sí, estamos en marzo y, ahora sí, la Cuaresma ha llegado a Cieza. Él como Alfa y Omega de la vida, como camino y luz, como principio y fin y como flotador al que siempre agarrarse cuando la vida nos ahoga sin tregua alguna.
Ha vuelto a ser marzo. Hace tan solo 8 días, nuestra vida desojaba una nueva página del calendario, ni mejor ni peor que las otras, pero, eso sí, una página teñida de morado y de oración. Marzo siempre trae consigo el reencuentro con las tradiciones, pero también con los nuevos amaneceres y las nuevas oportunidades y es que en el primer viernes de marzo, día por antonomasia de los Trinitarios, Cieza vuelve a encontrarse con ese Dios que, emanando de la más pura religiosidad popular – gracias a los trabajadores de Géneros de Punto- da un paso adelante y se entrega a nosotros como nosotros nos entregamos a la vida, unas veces de manera acertada y otras equivocadas.
Luciendo un rojo pasión, redención y sangre, se volvía a presentar la talla de Palma a Burgos a los ciezanos. Con una estética diametralmente opuesta a la liturgia cuaresmal y a la iconografía del Medinaceli, el Cristo de los Viernes de Cuaresma estuvo dispuesto en la jornada de ayer desde las ocho de la mañana hasta las doce de la noche en solemne besapies, actuando a la vez de amigo, psicólogo e incluso de pared contra la que tirar nuestras miserias, nuestras culpas y nuestros errores. Cada año que llega es imposible olvidarse de aquellos trabajadores que, en 1945, en uno de los gestos más cuaresmales que hay, como es dar algo a los demás -en su caso parte de su nómina para pagar la talla- regalaron a la eternidad ciezana un Cautivo al que siempre acudir cuando marzo comienza a desperezarse en los primeros árboles que comienzan a florecer, como la vida misma. Ayer, esa vida misma que florece en los pies y manos del Redentor, vio como todo era reencuentro y nuevas amistades. Ayer las familias volvieron a acudir a los pies del Señor, unos con sus hijos que, portando un paraguas más grande que ellos, te decían que iban a ver al Señor; también fue día de presentaciones, como la sobrina de María José que, sin ser consciente de aquello, miraba al Señor y, quizás, en su interior sentía el primer amor de su vida, ese que, pese al paso de los años, siempre la llevará por marzo al Convento.
Vendrán nuevos tiempos, moriremos, enfermaremos y naceremos, pero siempre tendremos claro a donde ir. Brotarán nuevas generaciones que relevaran a los más mayores, pero todos iremos a ver al Señor de los viernes infinitos; iremos con nuestras amigas cuando apenas estemos recién llegados al instituto; nada más salir del hospital iremos con la ropa de trabajo, pero con un destino claro, ÉL; iremos a ponernos frente a su mirada, la cruzaremos con la nuestra, le hablaremos, abonico, como sabemos hacer los ciezanos, le contaremos nuestras cosas, pero, siempre, anhelaremos los días en los que las velas iluminen las capillas del convento, los días en los que Pedro de gracias por seguir vivo – la farmacia sin ti no es lo mismo- y los días en los que una sola palabra recorra nuestra alma, la purifique y nos indique que, a partir de ahora, todos estamos llamados a un solo encuentro, una sola mirada y unas solas manos que coger en este recorrido de 40 días, las de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Medinaceli, el regalo de Géneros de Punto a la eternidad de Cieza.
Padre Nuestro Jesús Nazareno / Rey Eterno de amor y paz….


