Es 5 de julio. Los campos ya amarillean. El verano está aquí. Alerta naranja por altas temperaturas ¡Qué sorpresa! ¿Dónde estarán los del #TEAMCALOR? No lo sé. Tampoco me importa. En La Presa ya se ven algunas familias con sus neveritas cenando a la fresca. En mi escritorio, justo al lado de mi cabecera, hay una pila de libros, los del verano. James Rhodes, José Francisco López, Paco Cerdá y Unamuno serán mis autores de este #VERANO25. El colegio habrá terminado. Estaré de vacaciones y pensaré: ¡Qué feliz he sido y que mierda los finales! Ojalá nada acabara y todo fuera eterno, pero no. Se acabó – léanlo como lo cantaba María Jiménez-.
Es cierto y verdad que uno siempre sueña con lo que tendrá en el futuro, lo que vendrá, como será y qué pasará. Luego, cuando eso llega, ni te das cuenta. Lo vives, y a seguir, pero siempre en la vida te encuentras con recorridos o trayectos que te configuran como lo que eres, mejor o peor, pero lo hacen. Te encuentras en el camino a personas mejores, o peores, pero siempre hay alguien o algo que se te graba a fuego y nunca olvidas. Yo, como todos, tengo mi recorrido vital. Ni mejor ni peor, el mío. Ha sido un año MA-RA-VI-LLO-SO. De muchas horas de coche, sí, de muchos madrugones, también, pero de mucha felicidad y de la confirmación de que soy lo que soy, maestro, por vocación y devoción a la felicidad de los niños y a las cuatro paredes de un aula o centro escolar. Todos, sin excepción, soñamos con llegar a ser lo que hemos deseado desde que nuestra madre nos llevó por primera vez de la mano a la guardería. Todos hemos sufrido por sino llegábamos a ser eso. A veces el camino te mira, se ríe de ti y te reta. Te vas, lo dejas de lado, agachas la cabeza y no sabes si volverás a intentarlo, pero decides volver, mirar a los ojos a ese camino y comenzar a recorrerlo sin saber dónde te llevará.
A mí no me gustan las despedidas. Nada. No me gustan porque temo a un futuro peor que el presente que he vivido. Temo no encontrar algo que supere lo que he vivido. En los días de las despedidas me pongo tontorrón. Soy muy emocional y eso no me termina de convencer, porque me rompo muy rápido, pero es que ojalá siempre pudiéramos quedarnos donde hemos sido muy muy felices. Ojalá pudiéramos clonar a las personas que nos han hecho felices y que nos han invitado cada mañana a salir de casa pensando en que volverás a verlos.
Despedirse es una puñetera mierda. Es verdad. Lo saben. A nadie le gusta despedirse de algo o alguien, porque ¿ustedes se comieron la última hamburguesa del 4 Esquina con alegría? Me da a mí que no. Despedirse nos obliga a retarnos a nosotros mismos. Nos obliga a tener la mente fría y el corazón tranquilo. No me gustan las despedidas, de verdad. Ya lo saben, pero sí que creo que, cuando nos despidamos, deberemos despedirnos dando gracias por todo lo vivido. Las lágrimas, los lloros, las emociones, las penas, los amigos conocidos, los momentos vividos y los recuerdos que nunca olvidaremos. Las despedidas son una mierda, sí, pero, ¡carajo! Menos mal que pudimos recorrer el camino para haber podido llegar al final. Ojalá nos queden muchos caminos por recorrer y muchas lágrimas que derramar por tener que decir ADIÓS.
Os espero dentro de quince días, mientras sigo observando la vida.