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Miércoles, 01 de Mayo del 2024
Friday, 20 February 2015

El crimen que alienó Cieza (parte 2)

José Carreras García, sentenciado a muerte José Carreras García, sentenciado a muerte

CLR/Miriam Salinas Guirao/Ángel R. Mojica.

Arranca el juicio. El bullicio reinante recordaba al aleteo de los cuervos buscando carroña. La espada de Damocles estaba afilada, lista para caer sobre los inculpados.

Doce fueron los miembros del jurado popular. Doce caballeros dispuestos a impartir justicia sobre los bandoleros sanguinarios allí presentes. El simulacro de juicio comienza con la declaración de uno de los acusados, José Carreras, quien se declara inocente, aspecto en el que coincidirá con el resto de procesados. No importa demasiado, pues la suerte está echada. El desfile prosigue con los testimonios de los testigos, lo que constituirá la principal prueba de la acusación. La broma macabra se articula sobre supuestos lugares cercanos por los que se vio a los bandidos, rencillas familiares pasadas y chascarrillos de presidio. Ni rastro de la declaración del médico que practicó la autopsia de Piedad, durante la cual supuestamente El Chavas se delató. Los abogados defensores se ven desbordados. De nada sirve que no se presenten evidencias fiables, el barco hacia la salvación tiempo ha que hizo aguas. La auténtica y mortal losa que hunde la esperanza de los acusados parece ser su conocido estatus de criminales. El juicio llega a su fin. Los paladines de la ley se retiran a deliberar, y no tardarán mucho en regresar con muerte entre las hojas. Alea jacta est.

 

La hora del patíbulo

 

La sala, colmada de público, imposible de silenciar esperaba. Se dictaba sentencia. Palpitaba el músculo queriendo salir. Las manos temblorosas del Chavas, la actitud arrogante del Carreras, la prisa del Maleno. El temblor de un reloj aparece en escena. La piel de los presos atisbaba el tic-tac. El contador interno que aseguraba su necesidad de saber el final. Las palabras tardaban en llegar. Faltaba el aliento: “¡Culpables!”. Vítores, murmullos de lo de dentro se alzaban contrarrestando con la conciencia de los inculpados. Ya no queda paz, ya no queda más tiempo.

 

Ascensor para el cadalso

 

La canción del verdugo sonó durante un instante efímero. El garrote vil se afinaba para interpretar la danza macabra de la muerte. El cadalso estaba dispuesto, las luces deslumbraban a los bandoleros, pero el órgano de hierro nunca aplastó la nuca de los forajidos. Esta historia comienza con muerte y acaba con vida. La vida de los tres condenados fue respetada, y su condena a la pena capital, sustituida por cadena perpetua. Cuentan las crónicas oficiosas que ninguno pasó larga estancia en prisión. Otra leyenda cuenta que El Carreras fue visto por el pueblo tiempo después. Lo que es seguro es que el crimen de la calle Cartas permanece en la memoria eterna de la ciudad de Cieza.

 

La mutabilidad de la justicia

 

¿Qué es la Justicia? La respuesta es esta cuestión no es un tema baladí, pues se antoja fundamental para poder analizar con precisión la conclusión del caso del doble asesinato de la calle Cartas, en Cieza, ocurrido en 1904. La Justicia es un concepto abstracto y artificial, creado por el ser humano. Dada su naturaleza subjetiva, se mantiene en perpetua evolución, y su mutabilidad entronca con el progreso social. En cada nueva era, una plétora de circunstancias influye y determina lo que comprendemos justo e injusto.

 

Actualmente, las recientes tecnologías forenses nos han abierto nuevos horizontes en la resolución del veredicto de culpabilidad e inocencia de los acusados en casos de asesinato. El dictamen sobre el homicidio de Piedad Ortega y su hijo se apoyaría hoy en una sencilla prueba de ADN, de la que entonces se carecía. Sin embargo, en 1904 el fallo que condenaba a muerte a los tres bandoleros y supuestos asesinos a nadie le pareció injusto. Las pruebas aportadas entonces (basadas sobre todo en manifestaciones de testigos, que afirmaban haberlos visto merodear la zona, o dudosos testimonios sobre rencillas pasadas) nos parecen ahora meramente circunstanciales, y nos retrotraen a un pasado en el que los culpables debían demostrar su inocencia, y no al contrario. Por suerte, la Justicia evoluciona al ritmo de la sociedad, una sociedad en la que el inocente hasta que se demuestre lo contrario es garante de cualquier Estado de derecho.

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