Ciezanos esperando en sus sillas o sentados en las aceras. Algunos acortando esa espera comiendo pipas o, incluso, aprovechando para cenar. Otros hablando con esos amigos y conocidos que se cruzan en busca de hueco para ver la procesión.
Ciezanos que van al encuentro de los pasos. Gente que va y viene por las calles sin parar. Calles repletas de bullicio antes de que llegue la procesión y que, en las noches más frías de Semana Santa, se llenan también de mantas para dar algo de calor.
Ciezanos que viven esos minutos de espera como parte de la liturgia de la Semana Santa. Una Semana Santa de alboroto que se comienza a silenciar cuando se ve llegar el primer estandarte que abre paso a la procesión. Un estandarte que trae consigo a los primeros penitentes. También olor a incienso. A lo lejos se comienzan a escuchar las primeras melodías que acompañan al primer trono.
Y en ese momento, la tradición se apodera de todo. El silencio. La contemplación. La Semana Santa está en las calles y solo un ciezano sabe vivir ese momento. Porque siempre la Semana Santa te sorprende, te llena por dentro y te hace sentir en casa.
Una sensación que solo si se ha vivido se puede entender.