En este siglo XXI, tan siglo y tan veintiuno, vemos como algo muy normal sufrir la agónica travesía del desierto dominical para derrumbarse sobre la arena a tomar el sol y así conseguir ese ansiado color de piel a mitad de camino entre Hulk Hogan y un centollo. Cada momento histórico en el transcurrir de la humanidad tiene su extravagancia cutánea y este martirio solar parece ser la nuestra.
No somos la primera ni una última promoción de humanos dispuestos a atentar contra el sentido común para ajustar el tono de piel a la moda. Disfrutemos juntos, oh amigos, del siguiente ejemplo: echemos un rápido vistazo a Las Meninas; la niña con mirada de delatora de adulterios y cómodo atuendo es la infanta Margarita. La criatura, pese a la benevolencia de Velázquez, parecía prima segunda del mismísimo Picio. Pero las beleidades genéticas fruto de la consanguinidad no son motivo ni razón para no cuidarse el cutis y lucir ese hermoso color pajizo tan a la moda de los tiempos.
¿Qué cómo se conseguía? comiendo barro. Como lo leen. Si prestan ustedes atención, mis adoradísimos amigos, a la camella que aparece por la siniestra podrán ver cómo le pasa, con nulo disimulo, un pequeño búcaro. Era costumbre en aquella época masticar trozos de barro o arcilla para así conseguir ese ansiado tono de piel paliducho que dejaba bien claro que el campo para las liebres. Según parece, zampar arcilla producía, entre otros tormentos, anemia y por ende ese tono de piel de angustia mañanera.
Otra explicación a la bucarofagia de la criatura podría ser que padeciera alguna clase de alteración genética. El barro también se utilizaba para tratar alteraciones ginecológicas como la menstruación precoz o abundante. Según parece, la infantilla pudo haber sufrido algún tipo de síndrome genético que le produjera pubertad precoz.
« No tiene la criatura bastante tormento con el impronunciable síndrome ese que tiene, no. Encima vamos a darle de comer barro a ver si la termináramos de averiar entre todos» debió pensar aquel comando terrorista que tenía por meninas.
Podrán ustedes comprobar que no hay nada nuevo bajo el Sol; que somos igual de tontos o igual de listos que hace siglos con una salvedad: antes nos infringíamos castigo por puro desconocimiento y ahora lo hacemos con pleno conocimiento de causa, con diurna alevosía.
Por lo que a mí respecta, y que me perdonen los fabricantes de bañadores, si tuviera que elegir entre un apetecible día de playa, con su chiringuito, el nene con la pelota y la avioneta que anuncia melones o comer barro la única duda que se me plantea es si le pondría limón o aceite de oliva al botijo que me metería entre pecho y espalda a mordisco limpio. Que me como la fuente, el cántaro y al terne que lo lleva antes que pisar voluntariamente una playa.
Que tengan ustedes un buen día.