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El robo perfecto: gas, electricidad, petróleo

Hace ya un tiempo, meses antes de que ni tan siquiera se plantease la posibilidad, desgraciadamente hecha realidad, de una guerra en Ucrania, la electricidad empezó a encarecerse. En teoría este encarecimiento se debía al aumento del precio del gas natural. Y, cómo no, le acompañaron en la escalada el petróleo y sus derivados.

¿Por qué este alza? Futuros y mercado. Futuros es la compra, única y exclusivamente con fines especulativos, de materias primas y fuentes de energía para retirar una parte de los mercados y forzar así una disminución de la oferta y, por lo tanto, una elevación de los precios. En cristiano viejo, especulación pura y dura. Mercado es el entramado político-económico que alienta y protege esta especulación y al que los gobiernos ni se atreven a molestar, ya que son en buena medida garantes y protectores del mismo.

Y así los productores de materias primas y fuentes de energía se convirtieron en cómplices de los mercados de futuros, aunque han sido estos los que han obtenido las mayores ganancias. Y cuando Rusia amenazó con invadir Ucrania, y sin que faltara una gota de petróleo o un litro de gas en el mercado energético, los precios de la energía se dispararon, por el simple riesgo de un desabastecimiento que hasta ahora, cerca ya de los cuatro meses desde que Putin lanzó su salvaje ataque sobre Ucrania, no se ha producido. De hecho no hay escasez de petróleo en el mercado internacional, que puede suplir con cierta holgura el embargo al petróleo ruso. Lo mismo ocurre con el gas natural y la electricidad, que se aprovecha además de una legislación que parece hecha exprofeso para que las compañías eléctricas puedan robar a voluntad al cliente.

Porque de eso se trata: de un auténtico y mendaz robo. La economía mundial sigue en el mismo estado de salvajismo depredador que la ha caracterizado desde el inicio del neoliberalismo y de la mundialización; un estado que nos ha llevado ya a gravísimas crisis económicas que han enriquecido a unos pocos, muy pocos, hasta límites insospechados y desconocidos y ha multiplicado el número de pobres y de hambrientos en todo el mundo.

¿Ejemplos de esta especulación? Uno muy ilustrativo es el de la gasolina. El barril de petróleo Brent, el de referencia para occidente, está hoy en 120€. El litro de gasolina súper, aquí en Cieza, a 16 de junio de 2022, cuesta de media 2,16€. Hace pocos años (no se le puede echar la culpa a la inflación) el barril de Brent costaba 160€, mientras que el precio de la gasolina era en Cieza 1,42€. ¿En qué radica esta diferencia? Pues en la especulación, en los mercados de futuros, que no dudan en absoluto en perjudicar a toda la economía, en empobrecer a los ciudadanos y en provocar hambre y miseria para duplicar sus beneficios. Unos beneficios que no recogen, por ejemplo, las estaciones de servicio, la mayoría de las cuales reciben una comisión fija por litro y que se ven muy perjudicadas por el descenso del consumo provocado por los precios desorbitados del combustible que venden.

De las eléctricas ya he hablado en numerosas ocasiones. Esas eléctricas que tienen la desvergüenza de encargar anuncios publicitarios en los que se presentan como guardianas del planeta y amigas de sus clientes, nos venden kilovatios producidos a coste cero como si hubieran sido generados con gas natural, estafando al consumidor sin duda ninguna. Y las compañías gasísticas (que suelen estar muy emparentadas, cuando no hermanadas, con las eléctricas y las petroleras) se forran con el aumento sin control de los precios.

¿Qué hacen los gobiernos para paliar la situación? Nada. ¿Pueden hacer algo? Desde luego, si tienen verdadera voluntad para ello. El problema es que falta esa voluntad, porque todos sabemos hacia dónde llevan las puertas giratorias que abren los gobernantes cuando dejan de serlo. Por no hablar de sobornos directos o indirectos, contribuciones de diversa índole a formaciones políticas o a intereses ligados a estas y un largo etcétera. Y mientras tanto en ese limbo jurídico y económico que son los mercados se mueven a placer los especuladores improductivos que dominan naciones y alianzas y que solo tienen un credo: el dinero. Lo demás carece para ellos de importancia, incluso la mera supervivencia de la humanidad.

Cuando la crisis mundial de finales de la década de 2000 e inicios de la de 2010 algunos políticos proclamaron la necesidad de una refundación del capitalismo para hacerlo más humano, para ponerlo al servicio de los hombres, y no al revés. Una década después seguimos no ya igual, sino peor. Tanto que ha dado lugar al robo perfecto: el que nos infringen todos los días las compañías gasísticas, eléctricas y petroleras.

Y si no me crees, querida lectora, querido lector, mira tu bolsillo y dime qué ves. O mejor, qué no ves.