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Billetes, billetes…. (que no falten)

Poderoso caballero es don Dinero, sentenció el inmortal y también don, Francisco Quevedo y Villegas. Y tenía más razón que un santo.

El dinero no siempre existió como tal. Las primeras monedas acuñadas conocidas se pusieron en circulación en Asia Menor en el siglo VII a.C. Ese fue el origen del dinero, que no es otra cosa que un medio de intercambio, con valor propio o como representación de la riqueza; de hecho, los entendidos afirman que el dinero es la grasa que lubrica y hace rodar la economía.

Para la mayoría de nosotros el dinero tiene un componente físico, una existencia material en forma de billetes y monedas. Billetes y monedas que podemos contar, atesorar, ingresar, intercambiar, dar a cambio de algo o recibirlo por el motivo que sea; adorar, incluso. Billetes, billetes, como dicen nuestros abuelos. Aunque sea para guardarlos debajo del colchón, de la baldosa, en la caja fuerte o incluso en el refajo.

Pero como todo cambia y el mundo avanza a una velocidad pasmosa, también lo hace el dinero. Y más desde la pandemia, que nos imbuyó de rechazo a todo lo que fuese físico, al contacto e intercambio de, en este caso, monedas y billetes que podían portar el maldito virus. Y si el dinero de plástico o electrónico ya estaba muy presente en nuestras vidas, más aún que se introdujo en ellas. Pero, ¿es esto bueno?

Hay quien dice que sí, que eliminar el dinero físico facilita los intercambios y lo protege de robos. Pero también hay quien opina (y no son pocos) que si desaparecen monedas y billetes nos vamos a enterar. Y que no va a ser para bien, ni muchísimo menos. ¿Por qué? Pues porque el dinero físico podemos guardarlo nosotros mismos, podemos disponer de él a nuestro antojo, solo nosotros lo controlamos. Pero si billetes y monedas se convierten en bits de información, la cosa cambia. Y mucho. Porque ese control físico que podíamos ejercer sobre nuestros dineros tangibles desaparece. De hecho, y aunque tengamos acceso automático y online a nuestras cuentas, nuestro dinero no está realmente en nuestras manos, sino en las de los bancos, registrado en sus servidores.

Y mucha, muchísima gente, desconfía de este sistema. Porque el hecho de que nuestra riqueza, sea mucha o poca, esté en manos de empresas cuya única aspiración en esta vida es ganar dinero y que, además, tienen un poder económico y político inmenso, resulta pero que muy preocupante para buena parte de la población española (y mundial). No solo por la desconfianza hacia los bancos e incluso hacia los estados, sino también por la nada descabellada posibilidad de que un fallo en el sistema, un corte de luz o una caída de internet nos priven de acceder a nuestro pecunio y de disponer del mismo. Y si todo se basa en el dinero electrónico este escenario es bastante plausible, aunque solo sea por la experiencia que tenemos ya de ello o por la mera posibilidad estadística.

Tal vez seamos demasiado desconfiados, pero gato escaldado del agua fría huye. Y como en los últimos tiempos las hemos visto de todos los colores, pues ya no nos fiamos de casi nada. Ni de casi nadie. Y cada día son más los que se suman al pelotón, de día en día más grande, de quienes sentimos resquemor ante esta informatización de la riqueza y concentración en manos de unas pocas corporaciones de muy dudosa moralidad y menor humanidad aún. Es cierto que el dinero electrónico es cómodo y seguro: no tienes que llevar billetes y monedas, no necesitas lavarte las manos cada vez que lo usas y pagar con el teléfono o el reloj es cuqui y chachi. Además, no te pueden atracar en la calle o robártelo en tu casa. A cambio cada día hay más ciberdelincuentes que hackean nuestras cuentas y tarjetas y nos las vacían con prácticamente total impunidad. Por no hablar de que nuestro dinero está, literalmente, en manos de otros, y no tenemos control alguno sobre él.

Pros y contras. Tú, querida lectora, tú, querido lector, eres quien debe decidir qué hacer con su dinero. Lo que todos, o casi todos, compartimos, es el gran cariño que le tenemos, sea electrónico o físico. Y es que, como decía el maestro Quevedo,

Madre, yo al oro me humillo,

él es mi amante y mi amado,

pues de puro enamorado

de continuo anda amarillo.

Que pues doblón o sencillo

hace todo cuanto quiero,

poderoso caballero

es don Dinero.