Ella no falleció por el bicho chino, sino por los achaques propios de la edad, 94 años tenía. Me lo dijo mi panadera, Jose, la de la Josefica del Pan. Apenada me contaba lo duro que fue dar sepultura a su madre en un estado de alarma y durante un confinamiento generalizado de la sociedad. El paso de las horas me hizo pararme a pensar en lo duro que tuvo que ser ese momento, y es que, además de las cifras bailadoras que el Gobierno de España anuncia sobre fallecimientos de COVID-19, debemos sumarle las muertes por otras causas.

Ahí fuera sigue muriendo la gente. Sigue estando el otro bicho que mata, y siempre se lleva a los mejores- vaya, en esta línea, mi más sincero recuerdo a la memoria de una gran persona como fue el Pachorro, fallecido en recientes fechas-, la gente sigue muriendo en soledad, sigue muriendo por accidentes e incluso por hambre, aunque parezca algo ilógico en pleno S.XXI.

La gente ha seguido falleciendo, pero los sepelios no tienen nada que ver con lo que antes eran, como todo, esto también ha cambiado. Todos los que hemos perdido a alguien a quien queríamos muchísimo sabemos lo difícil que son esas últimas horas junto a un familiar o amigo recién fallecido. Sabemos cuánto se agradece un simple abrazo, un beso, una conversación o un simple whassap. Todos sabemos que necesitamos el calor humano en esos momentos tan duros, pero ¿se imaginan ustedes que solo puedan acompañarles en el momento del entierro el cura, el enterrador y apenas dos o tres personas cercanas? Seguro que no lo imaginan, pero, sin embargo, esa ha sido la tónica habitual en los entierros que han tenido lugar durante el confinamiento.

Las puertas del viejo campo santo han seguido chirriando, las palabras de los sepultureros: ‘’Les acompañamos en el sentimiento’’ han retumbado más que nunca en las calles del cementerio ciezano. El golpe de la lápida contra la piedra ha asustado como un rayo que rompe la noche. Durante estos dos meses, la ciudad de los que duermen ha seguido sumando visitantes ilustres, porque todos son ilustres, ya sea por títulos o por personalidad.

Cieza ha seguido despidiendo a los suyos, y es que es ley de vida que unos fallezcan para que otros nazcan. Es ley de vida que la muerte nos venga a visitar, a unos antes y a otros después, pero: ¡que duro ha tenido que ser enterrar a alguien en este estado de irrealidades y sueños rotos!

Cieza hoy tiene menos ciezanos que antes, pero no menos ciezanos en su historia, porque todos, hubiere sido cual hubiere sido su condición social, forman parte de nuestra tierra, y, ojalá, cuando todo pase, las instituciones y los ciezanos de a pie sepan recordarlos y sepan darle el consuelo que merecen a las familias que tuvieron que enterrar a sus seres queridos mientras el resto de España vivía confinada entre cuatro paredes.

Desde la Cieza celestial, ellos se sienten orgullosos de lo que día tras día construimos para hacer de nuestra tierra una tierra mejor, una tierra que hoy es lo que es gracias a que ellos, un día, la moraron para hacerla una realidad indiscutible.

Cieza hoy echa de menos a sus hijos que perecieron en esta terrible pandemia. Los del Covid-19 y los que murieron por edad, enfermedad o cualquier otra causa.

Me despido citando al gran Jorge Manrique y sus inolvidables coplas:

Recuerde el alma dormida

avive el seso y despierte

contemplando

cómo se pasa la vida

cómo se viene la muerte,

tan callando;

Os espero en quince días, mientras sigo observando la vida.